La sal, además de ser un condimento
alimenticio, es un conservante, curte carnes, pescados y verduras y permite su
conservación durante mucho tiempo. Esas propiedades la convirtieron en un
elemento muy valioso, de precio elevado y cuyo comercio existió en todas las
épocas.
Muchos pueblos pesqueros han realizado
tradicionalmente labores de conserva en sal con una parte de la pesca, para
poder disponer de alimentos fuera de temporada o para comerciar con otros
pueblos.
Sin embargo, la mayoría no tenían ni el clima
ni el espacio adecuado para poder obtener directamente la sal de su costa. Y
nació el comercio de la sal. Las salinas de Alicante e Ibiza abastecían
a todos los pueblos costeros que tuvieran industrias de conserva o salazón. Y desde esos puntos se redistribuía a los
pueblos de interior.
Los barcos de la sal de las salinas de Torrevieja
(Alicante) llegaban todos los años a la costa cantábrica. Arribaban a Santoña con toneladas de sal a granel
en las bodegas, que eran descargados en los muelles mediante poleas y calderos
con capacidad de 500 kg. Era una maniobra arriesgada, porque si la sal no había
quedado repartida uniformemente dentro del caldero, éste podía desequilibrarse
y volcar, provocando accidentes.
La sal era transportada en carros tirados por
caballos hasta las fábricas de anchoa. Transportaban dos tipos de sal: gruesa,
para la preparación de la salmuera, y fina, para la salazón.
Texto completo en la sección Cajón de Buzo de la edición 198 de la revista Acusub. Para descargarla libremente: Acusub 198